No hubo banderas ni campanas.
El viento acariciaba, desdeñoso, los bambúes.
Todo bailaba con el mismo ritmo.
Había sol y nieve sin saber por qué...
Podían haberme vendado los ojos y no sacarme el corazón,
pero lo hicieron...
Aprendí a morir entonces.
No me opuse, ¿para qué?
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