Ana

“Necesitaba un corazón y no una boca bordada en su mano”... Esa fue la primera frase detrás de la cual se escondió el universo de Ana. Esa fue la primera frase y su cobija a cuadros para el invierno.

Era curioso recordar algo sobre la estación y la relación que guardaba, estrecha, con el apellido de cierto personaje de Wim Wenders. Le gustaban esos guiños, le parecían divertidos y, luego de repasar como de memoria la escena (como colocándose en situación), le parecían inteligentes.

Por las mañanas, Ana odiaba levantarse aún con los ojos cerrados. Odiaba levantarse al baño en mitad de la noche. Odiaba levantarse y apagar la luz de la calle... Bueno, en pocas palabras, Ana odiaba levantarse. Así que en buena medida, dejó de encender la luz y también dejó de tomar agua antes de dormir.

El caso es que Ana necesitaba un corazón y no una boca bordada en su mano. Eso significaba levantarse y, con lo que le costaba poner en práctica tal cosa, ya se lo estaba pensando dos veces. Pero igual necesitaba levantarse de la cama y, por lo menos, levantar el ánimo...

En fin, siempre sucede que suponemos idioteces en los momentos más importantes de nuestras vidas, y Ana supuso que aquello que la esperaba a la vuelta de la esquina podría esperarla cinco minutos más...

Ese día, el vecino decidió que mientras lavaba su camioneta estaría chido escuchar Banda a todo volumen. Y sí, vaya, estaba chido, sonaba cabronsísimo, taanto, que Ana no pudo más que levantarse y poner, también a todo volumen, The world is full of crashing bores de Morrisey porque alguien tenía que hacer el trabajo pesado, ¿no?...

Y, bueno, así, gritando y todo, prácticamente lo hizo para sacarse la risa de la sombra, aunque el vecino nunca supiera qué carajo decía la canción, porque no entendía el inglés y, ¡qué bien! Pero, para esta parte, le hubiera en-can-ta-do saber que el güero ese de la camioneta, cuando menos, paraba oreja.

Luego de tener que bajarse el disgusto con yogurt en la ventana, se conectó a la red para estar ausente; sin embargo, a las 14:38, se dio cuenta de que no estaba sola y de que había soñado de más, de que había soñado una pelea con su hermana, una reunión con su madre y una mano que sabía meterse por debajo del short que usaba como pijama... Respiró profundo. La cobija a cuadros fue su mano y fue su boca. Por un momento estuvo cerca pero, aún así, necesitaba un corazón.

¿De algo le habría valido sonarse la nariz? No. A esas alturas del partido ya no importaba si, como truquito de magia, algo aparecía debajo de la mesa o entre las garras del gato: ... "Una molleja", pensó; pero no. Era de pollo, pero era, así que no tardó en vaciarle medio bote de yogurt en la cabeza y tragarse el corazón. "Sí, sí, traga, traga", se dijo como cerrando los ojos, "porque tragarse el corazón es una luz"... Porque tragarse el corazón era vivir el sueño con los ojos abiertos y a plena luz del día.

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